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Una habitación propia, 2012

 

Virgina Woolf cuestiona el por qué las mujeres escritoras han contado a lo largo de la historia con una escasísima promoción y consideración en el mundo de las letras y la cultura. Algo muy parecido ocurre actualmente en el panorama artístico internacional siendo sus víctimas los artistas emergentes españoles.

 

La respuesta de la autora británica a este planteamiento llega del posicionamiento económico y social de las mujeres en dicha época; la escasa autonomía a nivel personal y su correspondiente dependencia económica siempre vinculada al antiguo género masculino. Por ello reivindica dos mínimos de autonomía: una renta mensual y un espacio propio desde donde poder dedicarse a la escritura.

 

Nuestra situación española posiciona a los artistas y las artistas en un estadio muy similar al debatido por Virginia Woolf. Muchos de los jóvenes artistas españoles que tratan de abrirse hueco en el campo de la cultura están obligados a obtener dinero de forma ajena a su profesión. Compaginan trabajos “basura” con su producción robándoles gran parte de su tiempo y desplazando la creación a su tiempo de ocio. Con estos discretos ingresos resulta imposible, en la mayoría de los casos, disponer de un espacio desde el que trabajar en sus obras si tenemos en cuenta la necesaria inversión en material y el espacio para su almacenaje.

 

 

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